El punto incierto e inestable de emprender
Hoy venimos con uno de esos temas que son espinosos, de los que se habla muy muy poquito.
La incertidumbre.
Y, sobre todo y para ser más exactas, la incertidumbre ECONÓMICA.
¿Cuánto ganaré este mes? ¿Llegaré a fin de mes?
¿Tendré nómina?
¿Me dará para más que para pagar la cuota de autónomos?
Si quieres evitar la incertidumbre, este episodio lo mismo te revuelve un poco las tripas… pero te deja las cosas claras.
¿Qué hacer cuando no sabes qué va a pasar?
Lo primero que debemos tener claro es que no podemos evitar la incertidumbre.
Forma parte de la vida, y, aunque nos hayamos creído la idea de que con un sueldo fijo en una buena empresa o un puesto de funcionariado tienes la vida resuelta, pueden pasar muchas cosas —pandemia mediante— que demuestren que NO ES ASÍ.
La incertidumbre puede generar miedo.
Nuestro cerebro trabaja a todas horas para protegernos del peligro y sobrevivir.
Y no solo pasa cuando tienes un negocio.
La vida en sí misma contiene una buena dosis de incertidumbre.
La incertidumbre puede poner en jaque la supervivencia porque NO SABEMOS qué va a pasar, ni si vamos a tenerlo todo bajo control.
Entonces, como el cerebro no está tranquilito, nosotros tampoco podemos estarlo.
Y, en su lugar, estamos INCÓMODOS.
La incertidumbre no se va de la vida por mucho que tu cerebro grite que no la quiere
Sin embargo, cuando emprendes un negocio por cuenta propia, la responsabilidad de atajarla es mucho mayor.
No puedes vivir en el presente, y quedarte tan ancho.
La conciencia espiritual está genial, pero no podemos sacarla de contexto y decir que vivas al día y punto.
La idea es vivir con dos pies: uno y medio en el presente, el otro medio en el futuro.
Tienes que hacerte cargo, abrazarla y saber que será tu nueva compañera de viaje.
Sin incertidumbre no hay vida emprendedora.
Esto lleva al punto de preguntarte: ¿me bloqueo, me detengo, e incluso lo dejo, o me impulso y me supero?
Cómo resolvemos, qué hacemos nosotras para gestionar la incertidumbre
María
Tengo más subidas y bajadas desde que emprendo. También cuento con mayores aprendizajes, pero hay más revuelo, y lo mejor: mayores tomas de conciencia.
Por ejemplo, he roto bastantes creencias sobre el dinero, y detectado patrones de pensamiento que me limitaban a la hora de decidir qué hacer con mi vida.
La incertidumbre también te lleva al autoconocimiento; en mi caso, el mayor pico de incertidumbre me llegó con los 28 años —el retorno de Saturno, lo llaman en astrología— y acudí a terapia porque me di cuenta de que sola no estaba pudiendo.
Podría decir que ya no evito la incertidumbre (porque no puedo, básicamente), y que, al final de los finales, puedo cagarme viva, pero asumo los riesgos confiando.
Esther
Mi baza sigue siendo planificar.
Llevar un control de finanzas «a largo plazo» me ayuda a tener una nómina y un sueldo definido y que se me envía cada mes de forma automática.
Planificar ingresos y gastos como contamos y desgranamos en este episodio es, junto a una estrategia de atracción de clientes, lo que me da la recurrencia que necesito para sentir estabilidad.
También procuro no gastar más por facturar más, y dejar la facturación alta que recibo en la cuenta, para que AMORTICE en meses donde la facturación baja.
Es así como consigo un colchón o remanente que me permita respirar sin tantos agobios por la incertidumbre.
En el episodio también hablamos de:
- La señal física que le sirve a Esther para pasar a la acción cuando la incertidumbre la frena.
- La ruptura de un mito social sobre el éxito, las posesiones y el dinero que ganes.
- El mantra oficial de María para gestionar la incertidumbre cuando la montaña rusa de emprender te vapulea.
- La metáfora más fiel a la realidad que relaciona los negocios con la maternidad
Recursos mencionados en el episodio (o que te pueden servir respecto a lo comentado)
- El arte de la buena vida, de William Irvine.
- Emprendimiento sin purpurina
- Facturas sin purpurina
- Arrepentimientos antes de morir
Si te ha gustado:
- Invítanos a un café.
- O mejor: conviértete en mecenas.
- Y, cómo no: comparte sin remilgos.
Esther y María