Un día nos dimos cuenta de que nuestros audios de What’sApp se parecían más a un podcast que a unas notas rápidas de voz.
Ya sabes: entre 5 y 10 minutos cuando todavía no había reproducción a 1.5x o a 2x.
Aparte de que la memoria del móvil se nos llenara —sobre todo la de María, que se queda sin espacio en un plis— hablarlo entre nosotras nos servía.
Había de todo:
- Un proyecto que se nos atascaba porque la cabeza no nos daba para más.
- Un cliente que se nos hacía cuesta arriba por desmanes varios.
- O un simple desahogo que, si compartiéramos oficina, iríamos a contarle a la otra a su mesa en el descanso del café.
Probablemente no éramos las únicas a las que les pasaban estas cosas, de las que nadie habla en público.
Pero claro.
Tampoco era cuestión de publicar nuestros audios sin ton ni son.
¿La verdad? Ser emprendedoras nos gusta.
Pero coño, a veces ni nuestros amigos o nuestra familia saben qué hay más allá de que trabajamos en casa y de que tenemos «libertad de horarios».
Y el postureo en redes —y la falta de naturalidad en general— nos chirría a espuertas.
De ahí la cara B.
De ahí el cuerpo del iceberg (sí, ese fue el que hundió el Titanic).
De ahí que el brilli brilli y la esterilla de yoga con velitas en stories no lo sea todo.
Y de ahí… este primer episodio de café sin purpurina.